El silencio me ha dado un regalo grandioso, el encontrarme en un sinfín de ecos pasados.
Busco el amor como la lluvia busca la tierra al caer, como el sol busca el arrebol al amanecer.
Estoy dentro de una dulce sinfonía que a veces me traiciona, pero que me mantiene en la búsqueda, en la curiosidad innata, en la felicidad.
Siempre esperé cambiar de forma las sombras, situaciones, y personas, creando una adaptación sintética llena de orgullo. Pero ¿quiénes somos para no dejar fluir el cause? ¿quiénes somos para intentar meter el sol dentro de un minúsculo planeta? ¿quiénes somos que no amamos, aceptamos, o escuchamos?
Atrapados en el ruido externo o interno, incapaces de percibir la vida en su esplendor. No, no intentemos callarla, escuchemos, y para escuchar, necesitamos callarnos, dejar de lado los prejuicios, obligaciones, enojos, y penas.
Necesitamos volver a la raíz, y tal vez no a la raíz, al capullo que fuimos, a la semilla, al agua que nos hizo forjar las hojas verdes que hoy nos cubren y nos distinguen. Necesitamos volver al amor en todas sus expresiones y formas, volver a valorar lo simple, volver a sentirse dichoso con el viento frío, con las espinas de nuestro mundo interno.
El silencio me ha dado algo grandioso, el saber escuchar, el saber dónde estoy ahora y dónde estás tú.
Con mis ojos te distingo, tu alma no es más que la réplica de algo superior. Estamos hechos de lo mismo, y sin embargo nos callamos, nos dejamos hundir como madera podrida.
Somos más que la búsqueda que realizamos día tras día, somos el motivo que nos mueve.
El silencio; el amor.
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