No necesito hablar, ni responder, ni suponer, ni esperar.
Las hojas se agitan, los rostros pasan, la multitud se engloba, la gente no escucha.
No necesito ser parte, y menos hoy cuando la lluvia se hace presente, cuando el techo es el eco de cada gota, cuando el frío es quien llega a nuestro lado más profundo, cuando la brisa nos canta, cuando el arcoíris es el mejor cuadro.
No necesito palabras, preguntas, reflexiones, soliloquios.
No, no los necesito.
La relatividad me agobia, me hace sentir ignorante, insignificante, inhumana.
¿Qué intentan controlar?¿qué intentan decirme cuando saben que no soy perenne?
¿Qué quieren, qué esperan?
Nadie dice, todos suponemos, todos quedamos en la espera, en el dolor, en la angustia, en la maldita incertidumbre.
No necesito escuchar opiniones, la sabiduría se va como el polvo.
No quiero, no me apetece, no hoy.
Mis manos sostienen mi frente, la guerrera interna, la que ha perdido, la que busca tomar terreno, la que no encuentra forma.
Desesperación, ahogo, cansancio, repugnancia.
No lo necesito, no necesito la pena, no necesito escuchar la misma sirena de alerta.
Unas horas inconsciente, unos días de fingir ser loco, unos meses de quedarse sentada bajo la línea perdida. La batalla fue dura, sangrienta, interminable. Déjenme tomar agua, sentarme bajo ese árbol, trepar, probar la manzana.
Déjenme caer, sentirme vaga, humilde, niña, demacrada.
La sanidad es parte del desalojo, de la auto aceptación, del dolor.
Necesito tiempo, no palabras.
Necesito espacio, no misas.
Necesito de mi.
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